HE SKY IS CRYING
La conoció de la manera más inusual de todas, había demasiadas personas, mucho alcohol y música tan alta que reventaba los oídos; todos animados saltando por doquier, riendo y bebiendo y él, veía a todos desde uno de los rincones con un trago en la mano y un cigarrillo entre los labios, solo observando.
A veces decían que su mayor cualidad era la observación porque solía estar a un lado, con un gesto serio, solo mirando, si realmente supieran que él no ponía atención a nada que no fuera el alcohol o sus cigarrillos se darían cuenta que no era así, él consideraba que su mejor cualidad era fumarse varios porros, beber mucho alcohol o desconectarse de la realidad para hacer mejor su trabajo, ese que tanto le gustaba y que por el mismo gusto, terminaba haciéndolo con sus propias manos, como si los instrumentos no fueran lo suficientemente dignos para ello, porque no lo eran, nada sabía mejor cómo la extinción en las manos.
—Mi madre dijo que no hablara con desconocidos…— fue la frase que lo trajo de vuelta a la realidad, ella estaba de pie a su lado con una sonrisa ladina y observando cada uno de sus tatuajes —Pero jamás me dijo nada de lamerle los tatuajes—
El hombre volteó dibujando una sonrisa en su rostro, observando a la menor ahí, primero sus ojos, él creía que la mirada podría decir mucho de las personas, tal vez los mayores tenían razón y sí era algo observador; luego miró su cuello, su pecho, sus senos. No se sentiría mal por estar observando a la menor con aquel descaro, después de todo su astucia mezclada con alcohol la había llevado hasta él con el propósito de lamer sus tatuajes, hasta ese momento era la primera que se lo decía, ya le había agradado, con una frase lo había comprado lo suficiente para sentir aquella atracción.
El mayor le quitó el trago de la mano y le dio un sorbo grande, sintiendo la mezcla del licor con aquello dulce que solían utilizar para hacer más pasable aquel trago, la chica bebía fuerte, se podía sentir más la mezcla del licor que de lo dulce de la soda, sin embargo él no hizo gesto alguno.
—Pero ya no somos extraños— murmuró acercándose a ella y devolviéndole el vaso —Ya compartimos trago—
Pocas palabras, mucho alcohol en su sistema y una tensión en el ambiente, no, no en el ambiente, era entre ellos aquella tensión. Miró de nuevo sus labios, recorrió su rostro y terminó en sus ojos cuando ella le decía su nombre y él le respondía con el propio, ambos jugando un juego de seducción, uno peligroso pues, al ser dos desconocidos, podría haber infinitas posibilidades de que todo saliera mal y, en lugar de detenerse, comenzaron un beso, uno que fue más por impulso que por deseo, probando sus bocas, midiendo sus fuerzas, demandando algo que aún no entiende qué podría ser ¿deseo? ¿reto? ¿aburrimiento?
Los besos subieron de tono mientras la música de fondo se volvía menos interesante, pues entre sus brazos el mayor tenía a una mujer que le daba guerra, exigía de él su completa atención y que se brindaba con las mismas ganas; las manos comenzaron gustosas a recorrer sus cuerpos, procurando no dejar ni un solo rincón por conocer, probando, apretando, sujetando a placer. Y pronto, aquel lugar ruidoso y lleno de gente no fue suficiente, necesitaban más y se reflejaba en sus demandas, en sus caricias y en los besos prodigados.
Al separarse para buscar el aire que les faltaba, ella le tomó de la mano comenzando a caminar en búsqueda de algo mucho más tranquilo, privado, donde ambos pudieran dar rienda suelta al impulso, a las ganas, al deseo. Él continuaba atento, pero no a las habitaciones, sino a su cuerpo; la recorría con la mirada a placer, deteniéndose en zonas específicas, imaginando cómo serían, aunque claro, con tanto alcohol en su sistema, más parecían recuerdos borrosos que imaginación aceptable. Jodido alcohol, ayuda a relajarte o a desinhibirte, volviéndote torpe, primitivo, dejándote llevar por esos impulsos placenteros del momento pero que, al mismo tiempo, te dejaban con ganas de más.
Pronto los pasillos y ruidos se convirtieron en habitación y calma, una demasiado alejada, con ventanas por donde la luz de la luna se filtraba y dejaba ver el inmenso corredor lleno de barriles y botellas de cristal apiladas entre polvo y madera, ambos se miraron, sonrieron cómplices y volvieron a su labor principal. Las manos, los besos, las caricias se combinaban perdiéndose entre la ropa, los besos exigían, las manos suplicaban y los gemidos motivaban a seguir. Él perdería la cordura, no, él ya había perdido la cordura por la pelinegra entre sus brazos.
Pero lo fácil no es real y ambos amantes fueron descubiertos en su escondite,armando demasiado alboroto mientras eran reprimidos, después de todo, tener menos de 25 años era considerado como inconsciencia o poca lucidez y los 20 se convertían en esa edad justa donde estar ebrio y salir huyendo luego de hacer destrozos se veía como una opción favorable. El mayor, tomó la mano de su acompañante y salió corriendo con ella tirando barriles y botellas de vino en su camino, haciendo de aquel lugar apacible para el romance, una verdadera masacre para conocedores del buen vino. Qué lo carguen a su tarjeta, qué más le daba.
La excitación le dio paso a la adrenalina del momento, ambos corrían por los corredores buscando escapar porque claro ¿a qué dueño le gusta saber que sus preciados vinos habían sucumbido a un joven y su conquista de la noche? Él estaba divertido, pero la risa de la pelinegra le hizo reír aún más, no sabía si por alcohol o porque era igual de imprudente que él… ¿A quién engañaba? Si quería lamerle los tatuajes era igual de imprudente que él.
Huir era su mejor opción ¿Pero a dónde? Teniendo en cuenta que ese interés empezado por el alcohol, se estaba convirtiendo en uno de los mejores momentos del joven, uno donde la imprudencia se había vuelto su principal motor de diversión. Pensó rápido, mirando alrededor, ya había destruido vino, tal vez más viejo que su padre ¿Qué más le daba si robaba un auto? La miró, le sonrió y eso hizo, romper cristales, cortar cables con una fina navaja de llave y encender el motor a la antigua, como los ladrones viejos que habían sido sus maestros, para invitar a la chica a subir con él, ambos estaban en problemas, ella tampoco se quedaría.
—¿Sueles robar autos?— la femenina voz lo devolvió al momento, ya llevaban ventaja y los guardias no les siguieron el paso. Él la miró de reojo sin decir mucho más, solo sonriendo de lado, fugaz, escuchando las últimas instrucciones —La playa está cerca—
—¿Tu sueles huir con desconocidos?— Soltó como única respuesta.
—Ya no somos desconocidos, compartimos un trago ¿Recuerdas?—
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